La afición quería como presidente al hombre que convirtió al Hockey Club Liceo en el mejor club de hockey del mundo en la década de los 80. La situación no era nada alentadora: la fuerte deuda, que ascendía a 600 millones de pesetas, la mala perspectiva deportiva de un equipo que se había salvado en el último momento del descenso a Segunda División B y la débil implantación social del Club, eran los problemas más urgentes.